domingo, 25 de marzo de 2007

ADIOS




Olvidaré, vida mía, que te amé locamente
que te estreché entre mis brazos y me confundí en tu mente,
las noches eran instantes y nos envolvía el viento
con fragancias de ambrosia, jazmines, rosas silvestres...

No importaba si no habían confort, riqueza, jolgorio
amarnos eternamente era la nota presente,
nadie ni nadie en el mundo, nublaría aquella dicha
tan intensa y tan profunda, que nacía al pie del monte.

Tu me dijiste: Te amo y te amaré hasta la muerte
un beso selló mis labios y un sueño nació elocuente,
caminamos de la mano y soñamos dulcemente
la fragancia de tu espíritu, se hizo vida de repente.

Y los días y los años, transcurrieron felizmente
cuatro chiquillos traviesos, revoloteaban siempre,
alegraron el remanso con sus trinos, juegos y ecos
nos mostraron que era dulce, florecer ahora y siempre.

Trabajamos duramente para el sustento exigente
Dios sabe que sí logramos, compartir bellos momentos,
y que doblamos el hombro paso a paso, día y noche
y que también hubo llantos, perdón y olores a inviernos.

Mas un día, cualquier día, un vendaval arreció
borró la dicha postrera de luces, flores y amor,
desperté desnuda y triste, muy transida de dolor
ya no habían noches de estrellas ni sueños en resplandor.

Te marchaste con el eco de tantas canciones viejas
los licores embriagaron tu corazón y tu esencia,
la pureza de mi estilo, honesto, fiel y constante
no fue la nota excitante para interrumpir tu viaje.

Hoy me siento libre y limpia, de tormentas y borrascas
rejuvenece mi mente y miro siempre adelante,
mi vida tiene sentido y mi espíritu es valiente
amanece un nuevo día y el sol me espera radiante.

¡Adiós, amor de mi vida, pedazo de corazón fresco!
¡Que la suerte te acompañe y te brinde nuevas mieles!,
Treinta años no fueron tiempo para retener la esencia
de aquel idilio inocente, junto al río y cerca al monte.

María Asenet Arboleda Urrego

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